Hace unos días leí en alguna página, no recuerdo dónde, que en Londres han detectado las consecuencias que ya sufren las ballenas, producto del deterioro de la capa de ozono.
La presencia de llagas, ampollas, daños en general en sus pieles son el primer reflejo; a mi modo de ver, de lo que podríamos sufrir los hombres en carne propia.
¿Se ha puesto a pensar seriamente qué le sucedería a la raza humana si continúa el deterioro, el daño en la capa de ozono? ¿Hasta cuándo podríamos resistir esos daños?
Denuncian especialistas que cicatrices graves por quemadura, dice el cable, sufren estos animales por el adelgazamiento de la capa de ozono, y la exposición a los rayos ultravioletas.
Es posible que haya todavía quién diga: “Sí, pero nosotros tenemos pelos que nos protejan y ellas no. O mejor dicho, nosotros nos vestimos y cubrimos, y ellas no”. ¡Qué error!
Aunque la información casi hace un análisis reflexivo de las consecuencias de esta realidad natural para esa especie animal, al final pretenden hacernos sonreír con aquello de comprobar si las ballenas se broncean.
Yo les aseguro, que a mí, lejos de sacarme una sonrisa de los labios, me disgustó. ¿También lo vamos a tomar tan a la ligera cuando seamos nosotros los que suframos esas consecuencias? ¡Piénselo! La capa de ozono no escoge a quién dañar, ya ella sufre lo que el hombre le ha provocado que sufra.
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