Hoy, desde mi posición de mujer adulta y madura, no es tan difícil mirar atrás para entender las diferencias de cuántas cosas creía y veía antes, que hoy me resultan solo un recuerdo.
Precisamente hoy, seis de enero, Día de los Reyes Magos; ahora- desde hace unos años, no diré cuántos- me doy cuenta de que los magos eran mi mamá, mi papá, mis abuelos… ¡Cuánto habrán tenido que hacer para que mi mente de niña vibrara por la emoción de ver los juguetes que me habían traído los Reyes Magos.
Buenos, quizás el mismo esfuerzo que hice yo después para tratar de mantener viva la fantasía en la memoria infantil de mi niña, hoy no tan niña.
Mientras hay quienes derrochan sin medida, en ostentosos juguetes de última generación, hay otros pequeños que nos saben siquiera que existe un Día de los Reyes Magos, algunos que con solo un mendrugo de pan se conformarían y lo agradecerían como el mayor regalo que les han dejado eses personitas que cada uno de nosotros en la infancia la imaginamos a nuestra forma.
Solo sabemos que son Gaspar, Baltasar y Melchor; pero nadie sabe en la concreta cómo son; simplemente las largas y amplias mantas de reyes, las coronas en la cabeza (que imaginamos casi siempre de oro), y los camellos que nunca vacían su carga, se repiten de cabecita en cabecita, con el ansia de que nos dejen debajo de la almohada o de la cama lo que pedimos a través de carticas días antes.
Por eso hoy, a tantos años de aquella ilusión que nunca se borra me doy cuenta que reyes hay, pero no son precisamente esos; son otros que no llevan coronas, ni atuendos palaciales, ni siquiera camellos, los que están tratando de dejar a cada niño un regalo de Día de Reyes. Hay quienes se lo dan en salud, hay otros que se lo obsequian en los rasgos que dejaron de ser garabatos para convertirse en letras, y también los hay que empeñan su vida en luchar por la igualdad de todos. Esos son los reyes magos, no los de hoy, sino los de siempre. Pero claro, esos son los que yo veo en mi mente de adulta y madura, a quienes quizás he podido llegar porque cuando era niña, muchos años soñé con Gaspar, Baltasar y Melchor.
De todas formas, vaya en estos reyes míos de hoy, el agradecimiento de esos pequeños que todavía no logran ver las riquezas que llevan en los camellos de la solidaridad, la humildad y el amor.
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