Camilo Cienfuegos |
Creo que entre los sueños que en la vida se me quedan sin realizar está el de haber conocido a Camilo.
Desde pequeña, y aún siendo adulta se mantiene ese impacto, su figura me atrae; no puedo todavía definir si es su sonrisa, su rostro, su mirada o sencillamente su sombrero, ese que en él resultaba exclusivo.
Tengo la dicha, pues lo considero una exquisita dicha, de vivir en la misma entraña de la Carretera Central que atraviesa nuestra Isla y que desde hace tantísimos años es la vía esencial que comunica a las provincias cubanas. Fue precisamente por esa vía por donde Camilo, junto a su columna invasora número dos Antonio Maceo, atravesó desde el oriente cubano hasta llegar a La Habana, para culminar en Pinar del Río y cumplir así la orden de arribar al occidente.
Me parece escuchar la dulce voz de mi abuela materna contarme desde mi corta edad el paso de Camilo por el frente de mi casa. Quizás la descripción de su figura sobre el hermoso caballo blanco, la tupida barba bajo la linda sorinsa y su amplio sombrero que lo distinguía entre los demás revolucionarios, es lo que desde siempre me ha hecho preferir esa imagen tan repetida en fotos de revistas y periódicos.
No puedo negar que todavía siento un poco de envidia por mi abuela.... ¡qué lástima que a través de sus ojos no llegara a ver la imagen tan añorada en mi vida! Sobre todo después de saberlo tan intachable: humano, alegre, revoluconario, respetuoso, responsable, ejemplo: hombre de pueblo.
Es por eso que con el tiempo la admiración crece, sobre todo cuando se revitaliza ante cada fotografía de su rostro. Pero hoy además de multiplicar este sentimiento en cada pequeño que nace, solo me queda rendir mi homenaje y qué mejor que una hermosa flor que le diga: "!Cuánto hubiera querido conocerte, Comandante!"
envidio su valor
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